El Valor del Tiempo

Jonathan Zamudio

Por Qué Menos Juntas (Pero Mejores) Significan Más Trabajo

¿Cuántas veces hemos mirado el calendario y sentido que el día se nos va en juntas? Existe una percepción casi universal de que las reuniones son el enemigo de la productividad. Sentimos que "el trabajo real" es el que hacemos en solitario frente a la pantalla, y cada interrupción programada es un obstáculo para ese flujo. Esta "reunionitis" crónica, tan común en el mundo corporativo, es un síntoma claro de una cultura laboral que a menudo confunde el estar ocupado con el ser realmente productivo. El verdadero desafío es cómo recuperar el valor estratégico de la reunión, cómo hacer que esta sirva al trabajo y no que el trabajo termine sirviendo a la junta.

El problema rara vez es la reunión en sí misma, sino su alarmante falta de propósito y estructura. Caemos en la trampa de programar reuniones por inercia o por costumbre, sin una agenda clara, sin objetivos definidos o, peor aún, sin un moderador que asegure el rumbo. Estas juntas se convierten en discusiones circulares que, irónicamente, solo generan la necesidad de más reuniones para aclarar lo que la primera no resolvió. Cuando un equipo pasa más tiempo hablando sobre el trabajo que ejecutándolo, es evidente que hemos perdido el foco y priorizado el ritual de reunirnos sobre el resultado que buscamos.

Aquí es donde la filosofía de las juntas asertivas y óptimas debe imponerse. No se trata de eliminar toda interacción, sino de transformar radicalmente su naturaleza. Una reunión óptima debe ser casi quirúrgica: tiene un propósito claro e innegociable, convoca únicamente a los participantes indispensables y tiene una duración definida y respetada. Es "asertiva" porque va directo a los puntos clave, busca obtener decisiones concretas y establece los siguientes pasos de forma inequívoca. Este enfoque cambia la dinámica por completo; la reunión deja de ser una pausa en el trabajo para convertirse en un verdadero acelerador del mismo.

Cuando las reuniones están bien estructuradas, su impacto en los flujos de trabajo y la comunicación es inmediato y profundo. Una sola junta de 30 minutos, bien organizada y dirigida, puede alinear a todo un equipo y ahorrar horas de correos electrónicos, chats confusos y correcciones posteriores. Al direccionar adecuadamente el esfuerzo colectivo, cada miembro del equipo sabe exactamente qué debe hacer, por qué lo está haciendo y cómo su pieza encaja en el rompecabezas general. La comunicación deja de ser reactiva, apagando incendios, y se vuelve proactiva, construyendo el camino.

En última instancia, debemos ver las reuniones no como el trabajo en sí, sino como la herramienta esencial que afila el hacha antes de empezar a talar. El objetivo principal de cualquier equipo debe ser avanzar, ejecutar y entregar resultados. Las reuniones son, o deberían ser, el mecanismo de lubricación y dirección que permite que ese avance sea fluido y en la dirección correcta. El verdadero éxito no se mide en cuántas reuniones llenan nuestra agenda, sino en cuán pocas necesitamos para mantener la máxima eficiencia y claridad en nuestro quehacer diario.